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Un comentario de Miguel Ángel de hace unas semanas me ha ofrecido la inspiración para otro bodrio titánico que una vez más dejará desconcertados aquellos que por primera vez se topan con esta página, la pesca nocturna. Falta no hace decir que se trata siempre de algunas de nuestras técnicas ya que todavía no me he fundido el cerebro hasta el punto de ponerme a hablar de surfcasting. Hay un par de preguntas que repentinamente pasan por aquel angosto espacio que separa mis orejas, dudas de alto contenido intelectual, como acostumbra este virtuoso espacio Web.

La primera interpelación va rauda al grano: “¿Es la pesca nocturna más efectiva que la de a pleno sol?” A esta sigue otra que de alguna manera amplia la anterior, ¿Se pueden practicar todas las técnicas con señuelos por la noche? Es decir, jigging, spinning, Kabura etc., ¿o hay algo que definitivamente queda excluido del abanico de posibilidades? Aunque parezcan dos preguntas solo es una, sino me lío que ya no tiene uno edad para tanto mareo.

La segunda - ¡ahora viene, tened paciencia hijos! - escarba un poco más en la psique de cada pescador, se inserta en los meandros del cerebro y va a buscar gnosis escondidas en el subconsciente más tupido. Ni siquiera el señor Freud en persona hubiese podido sacar de la chistera semejante interrogación, de las que con mucha modestia he de reconocer que pasaran a la historia de la literatura y psicología del pescador…. ¿Os gusta pescar de noche?

No me digáis que no os habéis quedado boquiabiertos por una docena de minutos sin saber qué hacer para volver a cobrar aliento y vuestra posición en este planeta. En fin, no sé cómo se me ocurren ciertas ideas pero lo juro que hay algo en mi naturaleza que hace que salgan solas, sin tener que esforzarme demasiado; un don chicos, tengo un don… 🙂

A este servidor pescar de noche se le antoja algo poco digerible, el hecho de no ver un pepino ni poder apreciar adonde lanzar y mucho menos poder seguir el ataque de un pez me deja un poco frío. Pero, siempre hay un pero, tengo que confesar que hubo algunas ocasiones en las que la obscuridad poco me molestó, al revés me brindó unos momentos inolvidables, y ahora parte el inevitable cuento del abuelito.

En compañía de George, un bajito skipper Gabonés, una tarde decidimos alargar el día hasta el último momento para ver que podíamos sacar una vez que el sol se había dejado llevar por el Atlántico. Estuvimos pescando todo el día dentro de la laguna y ahora teníamos a nuestra disposición unas largas orillas cubiertas de manglares que parecían muy seductoras. Mi pequeño amigo se puso manos a la obra y colocado el barco a distancia prudencial pudo ver que la corriente nos dejaba caer paralelos al manglar. Dicho y hecho remontó hasta el punto más arriba y empezamos la faena.

Lanzaba prácticamente a ciegas, me guiaban las sombras de las plantas que iban desapareciendo mezclándose con la noche y una vez perdida la referencia seguí acertando los lances siguiendo algún tipo de instinto o contando el tiempo que pasaba desde el momento en que el popper salía disparado. Solo se oían los ruidos de los animales de la foresta alrededor nuestro, algo estremecedor, y el chapucear del Roosta pero duraba poco porque casi en cada lance explotaba el agua y otra Cubera empleaba sus trucos para llevarme al agujero. Se me polen los pelos de punta solo en recordarlo.

Asimismo en las últimas escapadas en el Estrecho he tenido la oportunidad de estirar el día al máximo, encontrándome solo con Paquito en un tintero surcado por cruceros y mercantes que parecían salidos de Jurassic Park. La verdad es que tampoco estuvo mal, no había viento ni oleajes y poder disfrutar solitos de aquel silencio  me pareció un gran privilegio que me permití disfrutar en su totalidad y encima sacando algún que otro pez. Las Viridiensis no se retiran una vez ahogado el sol, sino que salen a buscar guerra y pegan bocados a los popper como si se tratase de solomillos en un asador. Precioso.

Hasta aquí hemos llegado criaturas, yo ya me callo y vuelvo a mi punto de cruz, si alguien tiene algo que añadir lo diga ahora o se calle para siempre

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Este es un dilema que se me presenta a menudo en la pesca y en la fotografía, donde estos dos momentos tan propios del día, asumen una relevancia considerable ¿es mejor madrugar y aprovechar las primeras horas del día o dejarse llevar por la pereza y/o el encanto de las últimas luces del día?

Si salgo con la cámara al hombro suelo aprovechar más el atardecer que, pereza a parte, suele deparar colores más cálidos y dramáticos con la excepción de salir a hacer fotos en un río cuando empieza a entrar el otoño y a primera hora la diferencia de temperatura entre agua y aire hace despegar una niebla muy sugestiva. En ambos casos nunca dejo el trípode a casa, ya que sin el todo se quedaría en unas tomas borrosas o imposibles de conseguir.

Si de pesca se trata, según las zonas consigo adaptarme a lo que mande el skipper, sin embargo me pasa una cosa muy curiosa, no me gusta salir con el barco cuando es todavía de noche, no me siento cómodo. Lo más extraño es que no me pasa lo mismo cuando se trata de volver de noche, entonces no entiendo de que dependa este estado de ánimo tan peculiar que no tiene nada que ver con un posible aprensión a la obscuridad.

De todas maneras mi psique se encuentra más alegre pescando los atardeceres porque parecen durar más. La idea es que cuanto más vaya bajando el sol más serán las probabilidades de pescar algo interesante, inclusive con Lorenzo dormido y el edredón puesto, aún no amando demasiado las circunstancias de pesca tan poco visual. Así me paso hace poco en el Estrecho, con una buena Barracuda que decidió atacar el SPopper totalmente a obscuras, tanto que para poder sacar unas fotos decentes y conseguir enfocar el bicho tuvimos que sacar un foco e iluminar el ojo de la criatura con ello, sino hubiese sido “misión imposible” total.

La mañana, aún saliendo a obscuras, se me alumbra demasiado de prisa y según pasan los minutos me ataca aquella sensación que el momento bueno se está escapando, y que lo mejor que pueda ocurrir es meter las patas debajo de una mesa y zamparse un buen desayuno en el chiringuito del puerto. Tonterías, porque para determinados peces la luz no es un estorbo, sino que siguen activos o se activan más con ella, “Palometon docet”, pero ya sabéis como trabaja ese amasijo de moquillo gris que tenemos en el cabezón, no hay quien le entienda.

En fin, aquí tenéis otra de aquellas encuestas absurdas que se proponen en este “bar debajo de casa virtual”, si apetece dejar una nota adelante que hay sitio.

Así coincidimos varios, y así me lo aprendí yo en las aguas del Estrecho. Llega el atardecer más avanzado, se insinúa la noche y los Espetones se vuelven locos. Me pregunto: ¿todos hemos comprobado que el tope del actividad se sitúa cerca de las horas más obscuras? Hay alguien en este trozo del planeta que no haya notado alguna diferencia entre el pleno día y la penumbra?

No se cuantos aguantan hasta que no se vea ya un pimiento, porque eso puede hasta llegar a ser peligroso,  con lo cual puede que muchos se hayan perdido ese momento mágico, en el que estos bichos empiezan a morder todo lo que se les pone a tiro y a saltar fuera del agua persiguiendo la carnada. De todas maneras sería interesante abrir una tertulia en el forum para hablar de ello, ya que en mi último encuentro he tenido que revisas mis ideas sobre la potencia en combate de un Espetón, que creía nula y que sin embargo me ha dejado de piedra.

Otro tema interesante es el de los señuelos que les gustan. En mi ignorancia creía que los de superficie no les hacían mucha gracia y sin embargo, también he tenido que comerme mis palabras. Les gustan los poppers, stickbaits y paseantes como golosinas a los niños, y atacan con gran violencia y de manera a veces muy espectacular.

En fin, para mi se trata de volver a valorar un poco este pariente pobre de la Barracuda tropical

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