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Pregunta: ¿No tienes nada mejor que hacer que escarbar en lo que queda de tu cerebro y buscar historias como esta? Pues no, allá va el tostón del día.

En mi última salida de pesca, a última hora de la tarde he tenido cuatro picadas de Barbos que se han soltado. En principio pensé que había sido culpa del señuelo, muy pequeño y con triples enanos pero al elaborar un poco más los eventos me fijé en un detalle importante que me recordó otra situación de alguna manera parecida.

Estábamos haciendo los últimos lances en un Boca Piedra, en los Jardines de la Reina en Cuba. El sol ya estaba bajo pero todavía muy fuerte, mi compañero y yo estábamos lanzando poppers cada uno por su lado. Resulta que yo estaba en el lado del sol y mi compañero con el sol de espaldas.

Lo que ocurría en aquel momento era que lanzando en dirección del sol o en diagonal yo tenía muchas más picadas y aciertos que mi compañero y si intentaba lanzar en su lado, también dejaba de tener picadas. En aquel momento, como ya me había suceso algo parecido en otras ocasiones, razonamos sobre el asunto y llegamos a la conclusión que probablemente los peces que tenían que perseguir la muestra con el sol de cara o bien dejaban de hacerlo, o ni siquiera lo veían o si de alguna manera decidían picar solían fallar porque salían al ataque prácticamente ciegos.

En un embalse de España, como decía al principio, me ha vuelto a pasar lo mismo, con el sol ya bajo con un ángulo que impide ver propiamente, los Barbos que atacaban mis jerkbait fallaban porque o bien no divisaban plenamente el artificial o porque les cegaba la luz, llevándoles a equivocarse. Son especulaciones, que quede claro, pero después de más de 40 años metiendo líneas a remojo - cuando el riego fluye - a uno se le enciende la bombilla y le da un par de vuelta más a las cosas.

Me gustaría mucho saber si os ha pasado algo parecido o si al leer esto recordáis situaciones parecidas que en un primer momento no habíais valorado.

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El sabado pasado ha sido un día bastante especial porque he podido cumplir con una promesa que había hecho a mi hija, llevarla a pescar y enseñarle a lanzar. Realmente ya había venido conmigo en otras ocasiones, por ejemplo en el Estrecho, en el barco de Paquito y hasta había sacado algún pez, pero todavía tenía que lanzar yo por ella que o bien recuperaba un pez que yo había enganchado o se apañaba como podía para pegarlos solita.

Este finde ha sido la prueba del fuego, a ver como manejaba caña, carrete y lo de lanzar que para un bichito de ocho años no es moco de pavo. Había elegido ella la caña, un prototipo de Lamiglas de 7’ que lanza hasta 40g y que nunca salió al mercado y le monté un carrete ligero, para que el conjunto le resultara aceptable como peso. Con paciencia le preparé todo y una vez puesto un spinnerbait le indiqué como lanzar. Decir que lo pasé bien es poco, estuvimos pescando codo con codo toda la tarde e inclusive nos dimos un paseo, demasiado largo para mis botas y calcetines rebeldes, por una orilla donde estaba prohibida la pesca, hasta que tuvimos que volver atrás sin pegar un solo lance.

Lanzó como una condenada la enana , y con cierta maña, que todo sea dicho, y aún sin sacar peces pudo ver un lucio pequeño que atacó un vinilo en una recula llena de algas; evité dejárselo coger por aquello de los dientes y de su madre que se hubiese puesto histérica y juntos los devolvimos al pantano. Al final del día tuve que ponerme firme con ella porque no quería irse, y pedía constantemente el último lance, me hizo gracia porque me recordaba a mucha gente mayor, como este servidor, que a veces no quieren alejarse del agua, como si fueran a perder aquel mágico instante que cambia el final de una historia.

Siento este escrito un poco cursi y algo simplón pero algo así no pasa todos los días y me encantaría que se aficionara de verdad - de momento está deseando repetir - y que siga acompañándome en mis salidas cuando sea mayor.

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