Me encuentro en el medio de un río pequeño, con el agua hasta el cinturón sintiendo el agua que escurre sobre el neopreno y las piedras moviéndose debajo del fieltro de las botas. Mi mirada concentrada está vigilando que el paseante no acabe colgando de unas ramas que sobresalen de la orilla, y un Martín Pescador ha salido a cazar cincuenta metros más arriba de donde me encuentro, más preciso y certero de mis lances ya lleva un alburno en el pico. Hay paz, y disfruto de ella hasta que...
Empotrado en la proa como un equilibrista veo el averío que se acerca por cada segundo unos metros más, todavía demasiado lejos para poder disparar disfruto el momento de gran emoción y anticipo lo que pueda ocurrir en el momento en que el señuelo toque el agua. Los Atunes saltan y con precisión suiza aterrizan encima de las manchas más numerosas de carnada rellenando las ventrescas de proteínas y Omega 3. Es todo un espectáculo, nada al mundo podría sacarme de semejante embrujo hasta que...
...Hasta que suena el maldito móvil de mi compañero y manda todo a hacer puñetas. A tomar vientos la paz, el embrujo y su conocida madre, el chillido demoniaco me arrastra de nuevo hacía la realidad, me hunde en las tinieblas de lo cotidiano, del trabajo, de los Vodafonios que te llaman cinco veces al día para venderte una mejor tarifa y del ruido de los coches que pasan cabreados por la calle de mi casa, a la hora que sea.
La verdad es que tengo unos compañeros de pesca inmejorables, me sacan de paseo, me llevan a cenar, me dan de dormir, me sacan en su barco y encima me dejan pescar algo, pero, y lo digo desde el rincón más gruñón y egoísta de mi alma, tienen un puto smartphone, y no hay Santo que les saque de la pantallita de las narices. Si antes las llamadas más frecuentes eran las de la parienta, ahora con el Feisbuk, las fotos, los noticiarios, el tiempo, Windguru y el pato envenenado no hay manera de que se alejen del instrumento, pase lo que pase. Les he visto contestar mientras peleaban un bicho, o meter una foto en una red social a los 30 segundos de haber sacado el pez. No hay cosa que se haga a bordo sin que el mundo se haya enterado en tiempo real.
Si hay una cosa buena de mi mujer es que sabe que cuando estoy pescando tengo el teléfono apagado, y tremenda pereza me proporciona lo de deber encenderlo una vez en puerto, o más seguramente al llegar a casa. Uso mucho el móvil, el ordenador, las redes sociales y no paro de hablar y escribir en todo el día pero cuando llega el momento de ir a pescar, tengo muy claro que es un recorte de tiempo para mí solo, y no voy a permitir que nada/nadie me lo corrompa. Así que sufro como un condenado esta simbiosis que une para el presente y probablemente la eternidad mis amigos y sus smartphones, hasta que Dios no los separe.
Por favor, que alguien me diga que sale a pescar sin teléfono, o por lo menos que lo lleva apagado y que consigue aguantar sin cargar las fotos en Intenné hasta llegar a casa, o por lo menos hasta haber metido el barco en el amarre... ¿Verdad que hay alguien así al otro lado, verdad que si, eh, VERDAD?