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Una vez, todavía adolescente y en plena manía del bricolaje, levanté del suelo un señuelo horrible que acababa de construir y tuve la gran mala suerte de que una de las poteras se enganchó en el calcetín y la otra entró derechita en mi pulgar. Urgencias, cortecito, un punto y pa' casa. En los treinta y tantos años que siguieron he vuelto a tener pinchazos y he visto más de un anzuelo superar la fatídica barrera de la muerte y quedarse decorando una extremidad o un dedo del que pescaba a mi lado. He visto triples del 5/0 entrar en las manos del desafortunado marinero de turno, señuelos partir gafas ajenas por un lance mal hecho y un estupendo Roosta de 100 gramos plantarse en mi espalda por un pick up cerrado, afortunadamente sin que las ancoretas encontraran la carne.

Hay pescadores patosos y otros desafortunados, los hay que se resbalan y se caen encima de un almohada y otros, como este servidor, que sale volando de una roca y se deja dos codos en la lava con consecuentes fracturas y huesos que se quedan flotando por las carnes. Un amigo mosquero ha logrado partirse los dos brazos y otra vez, si no me equivoco un tobillo. ¿Y a quien, por lo menos una vez,no se le ha puesto el dedo gordo como un melón al chocar con algo en un barco? Y queremos hablar de la marea, esa hola tan inesperada que nos ha levantado los pies y puesto a remojo?

La pesca puede a veces llegar a ser algo peligrosa, cada vez que vuelvo a pensar en aquellas paredes que bajamos en Fuerteventura me pregunto si realmente no se me debería de haber llevado por delante la teoría de la evolución, para dejar espacio a seres más inteligentes. Tontería hemos hecho todos, y lo bueno es que las podemos contar así que aprovechemos de este nuevo artículo para soltarlas pero solo hablemos de anzuelos clavados o situaciones peligrosas en la que nos hemos encontrado porque la en pocos días tendremos más espacio para contar otros tipos de desgracias 🙂

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