Va a ser culpa del calor, del calor la culpa va a ser. Ya verás lo que va a salir de esto, finalmente descubriré que no soy el único imbécil del planeta, o a lo mejor si.
Hace un siglo, me encuentro pescando en una orilla llana y alargada que entra en el mar en la costa norte de la Graciosa, una punta muy querenciosa y lastrada de rocas más resbaladizas que un jabón de Marsella pero llevo los vadeadores de Capitán America y pudo con todo. Avanzo impávido hacía el borde, convencido que allí voy a pillar a Godzilla desayunando y cada dos pasos hago un lance. No entran olas , la mar está bastante calmada y lo que remonta la explanada es un movimiento de agua inapreciable. Llegado casi al borde voy buscando unas rocas donde poder apoyar los pies y quedarme lo mejor agarrado posible y sigo pescando. Al poco entran unos centímetros de agua demás, el desnivel sube y sin poder darme ni cuenta mis pies se encuentran flotando y mi cuerpo asume una inclinación que no me gusta nada. En un puñado de segundos estoy mirando las algas desde muy cerca con el agua que empieza a entrar refrescar mi cuerpo y desplazándome algo rapidito hacía el borde de la plataforma. No se si alguien ha venido a salvarme pero de aquella manera recobro una postura más digna y como si tuviese alas en los pies salgo caminando encima de las aguas y llego a la orilla del color de un papel A4.
Otra aventura mucho más dolorosa me ha pasado en Omán, cuando decido desembarcar sobre unas rocas para hacer unas fotos a mis compañeros mientras pescan. El skipper elige cuidadosamente el lugar adecuado, hay poca mar y todo parece muy fácil sin embargo este torpe señor de media edad consigue liarla. La proa del barco llega casi a apoyarse en la roca y sin acordarme con el capitán decido saltar, como si de repente tuviese los poderes de Spiderman, y me equivoco. En un pestañeo me doy cuenta de que lo de Spiderman es una peli y que sigo siendo el mismo gilipollas de siempre, Nicola, tampoco conocido por su agilidad de gato. Mi mano izquierda encuentra un sitio donde agarrarse, o más bien debería decir que un punto firme, léase roca puntiaguda, encuentra mi mano y se clava en la palma. La mano derecha creo recordar que después del primer momento de confusión consigue sujetarse a la piedra y mis piernas rozan varios centímetros de roca volcánica y se quedan con unas marcas que recuerdan el mimetismo de una cebra. La cámara, colgando de mi hombro golpea con fuerza y el polarizados se lleva la peor parte, salvando el resto. Finalmente consigo encontrar una postura digna, hacer las fotos y volver a bordo, esta vez sin más incidentes. Una vez en casa tuve que necesitar la ayuda de Miguel, un amigo médico para que me desinfectara, cortara la piel y carne levantada y me dejara más o menos hábil.
Así de idiota llega a ser uno, no seáis cobardes y soltar vuestras estupideces ¡no puede ser que soy el único..... ! 🙂