De vez en cuando a uno le entra la locura y se enamora. A un servidor, hace unos años le entró la fiebre del triggerfish, y eso que, oigan, tampoco es ningún monstruo.
El problema es que tiene aquel, ese encanto especial...Ya sabéis, lo de la pesca a vista con los cataplines a remojo.Se abandona uno por un bajío, olvidado por los dioses y los hombres y se pasa el día pisando arena y buscando manchas negras, negras como el carbón. El Mar Rojo tiene esa peculiaridad, que hay tantas especies que nunca se te hace el día aburrido. Si no aparece una, se asoma otra, y en medio te llevas más de un susto. Una aleta triangular con las puntas negras que cruza el arrecife y empieza a husmear tus botines de neopreno, un GT que te sorprende con una caña a la que le faltan por lo menos 150 gramos de potencia para atreverte a lanzarle, o un permit así de grande, y así de sospechoso que sigue pero sin amor.
Un pez erizo, que de genio tiene lo justo, empieza a afeitar tu jig de vinilo y con esas aletas casi ridículas aguanta los tirones de la caña una vez que de aquella manera consigues pincharlo y no tienes la menor idea de come le vas a manejar para soltarlo. Pues eso, el Mar Rojo tiene sorpresas detrás de cada esquina, y se entretiene uno, paseando por los bajíos como si del Parque del Buen Retiro se tratara, pero con más silencio, y menos verde, que todo sea dicho. Si se te quita de la cabeza la caza mayor, tienes la oportunidad de ir sondeando lugares más íntimos, donde puedes manejarte solo con un poco de agua, algo para comer y dos buenas piernas que sepan machacar kilómetros de orilla, con la esperanza que el barco que te ha dejado en la solana más demoledora no se le olvide de venir a buscarte, digo, la noche por ahí no tiene que ser nada agradable.
Pero aquello de la fiebre del Triggerfish con cañas de media onza tiene migas. No son jodíos ni na' los bichos esos. Amen de que salen disparados a la velocidad del rayo, luego pelean duro y si hay una piedra o un cualquier agujero donde se pueden colar lo hacen sin demora, así me lo aprendí yo. Un macarrilla de esos, enganchado a 7 u 8 metros de mi, estuvo peleando noblemente todo el tiempo hasta llegar debajo de mis pies y de repente meterse de canto, si eso, de canto porque recto no cabía, en una hendidura formada por una laja de piedra encima de la arena. Ni me había enterado, y la estaba pisando, distraído va uno por aquellos lares. Salió, pero el muy bravo me retó hasta el final, y luego se dejó hacer una foto o dos para el recuerdo. Y que recuerdos. Peces pequeños, calor absurdo, gastroenteritis asegurada, viaje infernal para ir y volver...plan perfecto, ¿que esperamos para volver?
La fiebre del Triggerfish tiene lo añadido de la locura, la que cada uno de nosotros, los pescadores digo, sufren en silencio. Bendita locura, y no hay psiquiátricos que la solucionen, bueno, si que hay, pero son los siete mares, los pantanos y los ríos.
Spinning popping y jigging en Punta Garza Costa Rica.
Habría podido ser un viaje para contar a los amigos delante de un vaso de Ron, sin embargo, la elección equivocada del momento y un poco de mala suerte lo transformaron en una aventura de pesca de poco calado. Aún así me llevo a casa un puñado de buenos recuerdos: comida excepcional, un lodge confortable, buenos barcos, paisajes inmejorables y sobre todo dos anfitriones estupendos. Una Tica y un Francés que solito está intentando revolucionar el idioma de Cervantes, y os aseguro de que lo podría conseguir.
El viaje de Spinning popping y jigging en Punta Garza Costa Rica en la región de Guanacaste costa del Pacífico desde luego no es corto: después del vuelo intercontinental te recogen en el aeropuerto para cruzar medio País entre caminos angostos, retuertos por curvas que desafían las leyes de la física y con una pavimentación surrealista. Después de cinco horas de montañas rusas se aparece en el medio de la jungla donde unas tenues luces anuncian la entrada al Buenavista Fishing Lodge. Es el final y al mismo tiempo el principio de nuestro viaje, y la carretera blanca que se acaba de digerir tendrá cierta relevancia durante la estancia, luego entenderéis mejor porque. Christian, el dueño, nos espera medio adormilado, es de noche y mañana el despertador sonará en horas políticamente incorrectas: descargamos toneladas de equipajes y ocupamos nuestras habitaciones. ¡Buenas noches!
Last minute cubera, es decir, que salieron por los pelos pero, como dice el viejo refrán "Hasta el rabo todo es toro." Así me lo aprendí yo.
Semana peculiar la que pasé en el último viaje a los Jardines de la Reina. Mucha pesca, muchos peces y muchas cuberas para todos, menos que para mi. Fíjate si le pongo ganas y dedicación que prácticamente he pasado cada día lanzando señuelos con la caña pesada con el único fin de sacar una señora en rojo. Nada que hacer.
Los primeros días ni las vi. Subían a los señuelos de mis compis de pesca pero yo no pasaba de pargos y meros, amén de alguna que otra barracuda de tamaño tan insignificante que solo representaban una molestia.
Estaba en un barco de tres pescadores, siempre y exclusivamente en la parte de atrás, este era el trato con mis amigos. Dejarme en ese barco para que pudiera llevar el equipo de foto completo, pero quedándome atrás, para dejar a los clientes lanzar siempre sobre limpio.
Algún día me iba bien, otro ejercía de florero, así van las cosas en los arrecifes de medio mundo, se gana y se pierde. Las cuberas seguían ausentes, en cuanto a servidor se refiere. Finalmente el tercer día apareció la primera que pude enganchar y que se soltó en un santiamén. Con esmero de detalles me acordé de todo el calendario y el firmamento por orden alfabético.
El mismo día, por la tarde, toqué otra que arrancó como un F16 y enseguida se soltó. Algo estaba haciendo mal. El último día me subí a una lancha pequeña con Pedro, el último guía con el que saqué una cubera hace dos años en los Jardines, a ver si el cambio aportaba una vuelta de tuerca significativa. Esta vez obligué a mi compañero de quedarse atrás, pero tenía el suficiente cuidado como para que siempre pudiese lanzar sobre limpio.
La primera last minute cubera entró sin avisar, el señuelo desapareció de mi vista sin haber podido divisar la sombra del bicho detrás de él y el primer arranque me hizo claramente entender que se trataba de una gordita con ganas de guerra. La trabajé "Zingarelli Style" y no tuvo la menor posibilidad de meterse en una piedra. Fotos y al agua. Al lance siguiente pegué la segunda que llegó hasta debajo del barco y se soltó sin dejarse ver.
En la siguiente hora vi otras seis last minute cubera detrás del señuelo, cuatro de las cuales se pegaron y tres que subieron a bordo para saludarnos. A todo esto hay que añadir un par de pargos y otros tantos meros. Una barbaridad. Esta vez dejé la cámara de foto a mi compañero de aventura y al guía y este fue el fatal error del que todavía me arrepiento.
Resulta que mi compi, nada más coger la cámara apretó un botón que abrió un menú de la pequeña Canon y yo, creyendo que no había pasado nada le dije de apretar el botón de "atrás". Sin embargo, su maniobra había activado el máximo ISO de la cámara, por lo tanto todas las fotos se hicieron a 12800 ISO y salieron totalmente quemadas. Las que podéis ver aquí en blanco y negro son las que pude salvar. Totalmente culpa mía y por dos razones, no haber mirado si el botón apretado podía haber modificado algún parámetro importante de la cámara y en segundo lugar por no haber revisado las fotos, ni después de la primera de las dos last minute cuberas que fotografiamos, ni después de la segunda.
Queda el recuerdo de mis cuatro last minute cubera y de un día de pesca muy especial y, sobre todo esto, una semana pasada en compañía de un gran grupo de personas, algunos de ellos grandes amigos con los que convivido la pasión del trópico desde hace más de 15 años.