Historias del mar

Cuando pica un pez o cuando empieza el combate ¿sabéis identificar el bicho antes de verle? Graciosillos y listillos por favor abstenerse que este es un blog serio (!), hablo a los chicos guay que merodean por este mar en tempestad, donde la palabra y la idiotez caminan de la mano. La mano de un italiano, para que no haya confusión y alguien se sienta identificado con el idiota de turno.

El asunto tiene migas. Es decir, todos, una vez tenida la picada o empezada la pelea soltamos nuestro vaticinio, en buen porcentaje cagándola con elegancia para rectificar una vez que el bicho aparece debajo de nuestros pies, otras con un acierto de dudosa paternidad. Dudosa porque pescando en el Delta en superficie lo más probable es que te entre un Palometón o una Anjova, y porque al fin y al cabo no estamos en el trópico, donde nunca sabes lo que te va a tocar. Como las chocolatinas de Forrest Gump.

En el siglo XV, entre una charla con Isabela de Castilla y una borrachera con Cristoforo Colombo, que así se llama el hombre, pura cepa itálica, solía salir a pescar con un skipper de Key West. En aquel entonces ni se llamaba así, amén de no haber sido todavía descubierta la península de Florida a la que pertenece, tierra de los Seminola, indios con hombre de cereal finamente triturado. Ken Harrys le decían al hombre, unos 150cm de sabiduría marina bien protegida por un panzón que ni lo gasta el gordinflón de mi vecino cuando está sentado leyéndose el Marca. A lo que íbamos, Ken me embarcaba en su piragua y le metía caña al Yamaha de 250HP hasta llevarme a sus pecios favoritos, que ya en aquellos tiempos maculaban los fondos de los Cayos de Florida. Tenía el hombre el GPS entre las orejas y el sextante en la punta de la nariz - maldito sabueso no fallaba nunca - y una vez echada el ancla se disponía a sembrar sardinas, recién sacadas con un esparavel que parecía el bombacho de King Kong.

En cuanto la primera docena de caramelos tocaban el agua aquello parecía un circo. Atunes de aleta negra, Bacoretas, Caballas, Serviolas, Jureles y Pargos aparecían y liaban la grande. Que si splash por aquí y catapúm por allá este servidor no sabía donde lanzar su Yo-Zuri. Me despertaba Kenny con un berrito y una vez reactivado el cerebro y soltado el dedo sabía perfectamente lo que iba a pasar sin necesidad de que rappel me leyera los tarot. En un santiamén mi GLoomis, ahora en el museo de las ciencias en Londres, se doblaba como una ristra de longaniza y el Penn, ese Penn 4400 que en muchas pugnas me acompañó en aquellos maravillosos años empezaba a cantar, y no era agradable aquello. Daba lástima el chirrido de la pobre máquina. Este servidor, entonces joven y poderoso, desenvolvía su trabajo con toda la soltura posible, como si estuviese acostumbrado a ello de toda la vida y Kenny soltaba un nombre. De pez, nada de palabrotas o acordarse de alguien que estamos en el América puritana, bueno casi.

Blackfin Tuna, sentenciaba el petete, y cuando llegaba debajo del barco exactamente de Blackfin Tuna e trataba. Después de unas horribles fotos y haberle sacrificado al dios del sushi volvía a lanzar. Adonde no hacía diferencia ya que estábamos rodeados de aparatos mar-aire que no dejaban de enseñarnos lomos y aletas y asustar a las pobres sardinas, que después de haberse sentido aliviadas de abandonar el blancor del vivero se encontraban ahora entre una estampida de bichos hambrientos y con poca ganas de escoltarles de nuevo hasta lo bajíos. Nueva picada y sentencia mi capitán: bacoreta. Lamadrequelotrajoalamericanoese, Bacoreta era y el siguiente un Jurel, luego una Caballa y otra vez un Atún de aleta negra, hasta la saciedad. Nunca fallaba el jodío, de la misma manera que yo no acertaba ninguno pero qué más da, me lo estaba pasando como un enano.

En los 600 años siguientes nunca he vuelto a encontrar personas que supieran reconocer a los bichos tras una picada o durante la pelea con semejante porcentaje de acierto, y eso que a algunos más les he dato la tabarra para que me sacaran a pescar. Hace cosa de pocos años me ocurrió un hecho bastante divertido mientras pescaba con un amigo en Maldivas. Yo llevaba el barco y el pegó un animal que empezó a ponérselo bastante crudo. Una pelea dura, para hombres con pelos en el pecho. Lobo por supuesto. Entre la picada y el momento que afloró el animal vaticinamos probablemente diez o más nombres de peces que podían haber picado y finalmente, mira tú por dónde, aparece un Diente de Perro que tenía una cabeza como una vaca y unos 80 kilos de peso entre morro y aleta caudal.

Ya sabéis, a nadie se le había ocurrido pensar que podía ser un pez de los más comunes que hay en lo arrecifes del índico. Eso sí, de aquel tamaño tampoco abundan...

Hace unos días colgué en Facebook el video grabado por un lodge de Panamá donde se veía una especie de orgía de atunes de aleta amarilla comiendo en superficie. Un espectáculo dantesco, de los que te levantan el vello y te dejan con una sonrisa de bobo por media hora. La naturaleza a rienda suelta. Sin llegar a semejante extremo, en mis aventuras por encima de las aguas de algunos mares he tenido también el placer de vivir en directo algún que otro banquete de diferente especies de peces devotos al salto encima de la sardina, que es lo que más tercia en esas circunstancias.

Antes de empezar a comerme el coco con diapositivas y luego pixeles, me fijaba solamente donde meter el señuelo y prestar atención a las maniobras del skipper. El blanco, una vez visualizado, quedaba en la mira y podía haber un maremoto, que ni me inmutaba. En cuanto bajaban las revoluciones del motor, o inclusive algunos instantes antes de que ocurriera, ya estaba soltando el dedo e intentando meter el señuelo más cerca del espumaje posible, aún casi siempre evitando el centro del mogollón, por algún que otra razón he tenido siempre cierta preferencia por los bordes de la masacre. El resto es historia...

Con el pasar de los años y un amor creciente para mis Nikons las cosas han ido cambiando, al principio seguía con mi afán pescador, pero me empezaban a entrar remordimientos – saca la cámara Nicola – decía el angelito – pesca, pesca mamón – decía el diablito. Ganaba Satán por goleada pero mi conciencia no podía descansar serena, perder imágenes de tal magnitud es un crimen, y ahora más que nunca, a toro pasado obviamente, me arrepiento un mogollón y medio de no haber escuchado al angelito. Según pasaba el tiempo iba sacando menos peces y más imágenes y si de vez en cuando he perdido alguna ha sido más por quedarme anonado mirando al espectáculo que por vaguería o afán de pescar.

Estoy seguro de que no soy el único que se la gasta de esa manera y que se come el tarro con semejante memeces, por lo tanto allá va la preguntita del siglo, ya que muchos aficionados al digital hay por estos lares ¿Qué hacéis vosotros? Pescáis, grabáis, tomáis fotos o os quedáis como si hubieseis visto Giselle Bundchen desfilando en ropa interior?

Por cierto, hace mucho que no veo nada parecido, de los atunes digo no de la estatuaria Giselle, ya me está entrando la nostalgia de ... ¿de qué? ¿Fotografiar o pescar?