Ayer me la vi con unas carpas complicadas de sacar a spinning.
Me costó horrores enganchar dos ejemplares de talla mediana para que encima una me reviente todo dentro de los tallos de trigo sumergidos, no sé si llegué a aprender algo, peor estas son las observaciones que pude sacar, probablemente muchas estén equivocadas.
En primer lugar, el pantano, que hasta la semana pasada ha estado subiendo, ha empezado a soltar agua y está bajando. A parte lo incómodo que es eso porque caminar por las orillas es un sufrimiento, la retirada del agua está dejando a su paso muchas hierbas en estado de putrefacción, sobretodo tallos de trigo, que los agricultores habían sembrado hasta la misma orilla, antes de la subida. Me pregunto si esto no tenga algún efecto nefasto sobre la calidad del agua cercana a la orilla, con bajadas importantes de oxígeno, habrá que preguntarlo a algún biólogo, mejor aún si se no se trata de uno de esos que trabajan con los ecologistas, no sea que se les ocurran ideas.
En segundo lugar, creo que, por lo menos donde me estoy moviendo ahora, las carpas han cesado sus acrobacias eróticas y están más relajadas distribuyéndose por las orillas, es decir, están de trashumancia de los lugares de reproducción a zonas de pasto. Finalmente, las temperaturas empiezan a consolidarse ahora, pero la inestabilidad de los días anteriores probablemente haya pasado factura.
He empezado por mi sitio de siempre y al llegar he notado que el agua estaba muy tomada y cálida y donde hace una semana había miles de carpas, no vi ni una. Las oí saltar al otro lado de la bahía y fui en su búsqueda. Las encontré comiendo por el fondo en la misma orilla – empinada y sin trigo – pero ninguna quiso atender mis plegarias. En fin, un cero patatero. El caso es que me moví de sitio y me vino de perlas porque se me había olvidado de meter el pan en mi supermochilanevera. Una vez zampado mi bocata me puse rumbo al lío. Afortunadamente decidí quedarme los vadeadores porque de otra manera me hubiese sido imposible no solo pescar, sino avanzar.
Volví a encontrar más carpas complicadas de sacar a spinning y otra vez pasaron de mí, obligándome a seguir en mi afanosa búsqueda de animales sedientos de sangre. Una vez más, algunos cientos de metros después, volví a dar con ellas y con toda la paciencia del mundo me puse en modalidad pescador experto en nada. Después de muchos rechazos, espantadas y sentirme más ignorado que un armadillo en una exposición canina finalmente tuve una picada debajo de los pies.
He de repetirme una vez más, lo siento, son cosas de viejos. Hay pocas cosas en el mundo – de la pesca - que me puedan gustar más que ver una carpa comerse el vinilo en directa. Tienen una rapidez muy inesperada por su mole y una vez pegadas arrancan con unas carretas que ni la Ducati de Iannone. Así fue, salió volando y me dio mucha guerra, aunque, al pescar con la Fioretto de 1/2oz pude controlarla y brutalizarla hasta reducir el combate en un par de minutos. ¡Estrenó sacadera, que gozada!
La segunda vino de sopetón, sinceramente no me esperaba que aquella carpa llegase a comer, me parecía de aquellas que van de prisa de un sitio a otro y le tiré porque la tenía muy cerca. Pues sí que iba de prisa y tenía las ideas muy claras. Se dio media vuelta, apuntó hacía la orilla que tenía a dos metros y se metió dentro de los tallos de trigo. En menos de 10 segundos había perdido el control y la vi escaparse como un rayo. Había roto el hilo con la ayuda de las hierbas dejándome con cara de panoli.
Vamos al lado técnico que son detalles que a lo mejor pueden interesar a dos o tres personas. Volver a la Fioretto de Molix después de la Finezza de Graphite Leader ha sido ventajoso por el control de la captura, pero me ha quitado mucha sensibilidad a la hora de manejar el señuelo, sobre todo con los Nano Jigs de 1.5g que no conseguía “sentir”. La Fioretto es una caña que empieza a trabajar bien a partir de 2.5g, pero está claro, es más potente y diseñada para una pesca diferente.
He probado los Senko en Wacky y me encanta como trabajan, pero sinceramente ayer no era día para experimentos. Tampoco el Nano Jig podía con ellas, el “terminator” ha sido una vez más el Sligozzo de 2” con la Racing Jighead de 2.5g, no sé si soy yo que le tengo mucha fe o si es el jodío que funciona de escándalo. También he reducido diámetro de bajo de línea y en qué horas. Está el pantano para poner un 0,50mm no un 0,28mm… Me he arrepentido de no haber puesto mi 19lb x 0,39mm, quizás la segunda no se hubiese escapado.
En fin, ya tenemos más historias en la recámara y vamos recogiendo experiencias. Aún hayan sido carpas complicadas de sacar a spinning no ha faltado la diversión.
Last minute cubera, es decir, que salieron por los pelos pero, como dice el viejo refrán "Hasta el rabo todo es toro." Así me lo aprendí yo.
Semana peculiar la que pasé en el último viaje a los Jardines de la Reina. Mucha pesca, muchos peces y muchas cuberas para todos, menos que para mi. Fíjate si le pongo ganas y dedicación que prácticamente he pasado cada día lanzando señuelos con la caña pesada con el único fin de sacar una señora en rojo. Nada que hacer.
Los primeros días ni las vi. Subían a los señuelos de mis compis de pesca pero yo no pasaba de pargos y meros, amén de alguna que otra barracuda de tamaño tan insignificante que solo representaban una molestia.
Estaba en un barco de tres pescadores, siempre y exclusivamente en la parte de atrás, este era el trato con mis amigos. Dejarme en ese barco para que pudiera llevar el equipo de foto completo, pero quedándome atrás, para dejar a los clientes lanzar siempre sobre limpio.
Algún día me iba bien, otro ejercía de florero, así van las cosas en los arrecifes de medio mundo, se gana y se pierde. Las cuberas seguían ausentes, en cuanto a servidor se refiere. Finalmente el tercer día apareció la primera que pude enganchar y que se soltó en un santiamén. Con esmero de detalles me acordé de todo el calendario y el firmamento por orden alfabético.
El mismo día, por la tarde, toqué otra que arrancó como un F16 y enseguida se soltó. Algo estaba haciendo mal. El último día me subí a una lancha pequeña con Pedro, el último guía con el que saqué una cubera hace dos años en los Jardines, a ver si el cambio aportaba una vuelta de tuerca significativa. Esta vez obligué a mi compañero de quedarse atrás, pero tenía el suficiente cuidado como para que siempre pudiese lanzar sobre limpio.
La primera last minute cubera entró sin avisar, el señuelo desapareció de mi vista sin haber podido divisar la sombra del bicho detrás de él y el primer arranque me hizo claramente entender que se trataba de una gordita con ganas de guerra. La trabajé "Zingarelli Style" y no tuvo la menor posibilidad de meterse en una piedra. Fotos y al agua. Al lance siguiente pegué la segunda que llegó hasta debajo del barco y se soltó sin dejarse ver.
En la siguiente hora vi otras seis last minute cubera detrás del señuelo, cuatro de las cuales se pegaron y tres que subieron a bordo para saludarnos. A todo esto hay que añadir un par de pargos y otros tantos meros. Una barbaridad. Esta vez dejé la cámara de foto a mi compañero de aventura y al guía y este fue el fatal error del que todavía me arrepiento.
Resulta que mi compi, nada más coger la cámara apretó un botón que abrió un menú de la pequeña Canon y yo, creyendo que no había pasado nada le dije de apretar el botón de "atrás". Sin embargo, su maniobra había activado el máximo ISO de la cámara, por lo tanto todas las fotos se hicieron a 12800 ISO y salieron totalmente quemadas. Las que podéis ver aquí en blanco y negro son las que pude salvar. Totalmente culpa mía y por dos razones, no haber mirado si el botón apretado podía haber modificado algún parámetro importante de la cámara y en segundo lugar por no haber revisado las fotos, ni después de la primera de las dos last minute cuberas que fotografiamos, ni después de la segunda.
Queda el recuerdo de mis cuatro last minute cubera y de un día de pesca muy especial y, sobre todo esto, una semana pasada en compañía de un gran grupo de personas, algunos de ellos grandes amigos con los que convivido la pasión del trópico desde hace más de 15 años.
Allá va una historia para los nietos, arrecifes violentos. En los Jardines estuve una tarde entera haciendo unas fotos en tierra, me bajaron en un arrecife con mis bártulos y allí me quedé tostándome al sol.
Esperando la mejor luz me puse en una punta a echar lances y probar una nueva caña y un paseante. Después de pocos lances pegué una Cubera que en lugar de reventarme todo del tirón, ya que se encontraba en una zona relativamente limpia, decidió tirar hacía mi para estrellar el trenzado contra una punta de coral que sobresalía a mi izquierda. Afortunadamente se soltó antes del asesinato y pude recuperar el señuelo.
Volví a mis menesteres, con flashes, filtros, sombrillas y tirando fotos de algunos productos que me habían encargado, además de selfies en acción de pesca y lifestyle. El sol empezaba a bajar y acabado con la primera parte de lo que quería hacer volví a la punta de antes para ver si esta vez - por fin - conseguía perder el paseante.
No tardé mucho en darme cuenta de que en zona había vida, más de la que me podía imaginar. Tardé un lance uno, ni dos ni tres, uno. A la izquierda de donde había aterrizado el señuelo se levanta una aleta siniestra y a la velocidad del rayo se abalanza sobre mi señuelo. Par ser más exacto las aletas eran dos, y a mucha distancia la una de la otra, sin embargo pertenecían al mismo pez. Habéis adivinado, ¡un tiburón! Arrecifes violentos, y más...si cabe.
Esta vez no hubo sorpresas, el muy animal empezó la carrera de su vida y en pocos segundos se gastó las reservas calóricas de toda la primavera que estaba a punto de caer. Me explico mejor. ¿Tenéis presente cuando el carrete empieza a vaciarse como si no hubiese un mañana y en lugar de producir ese agradable ruido que tanto nos deleita suene como unas uñas que rozan una pizarra? O el taladro de un dentista por si hubiese algún que otro aterrorizado como yo por semejante silbido satánico.
Pues eso, el tiburón apuntó hacía la Habana y en un pestañeo vació más de mitad del carrete. Cuando ya recuperado del susto estaba pensado que podía hacer para detener ese AVE sin frenos, una vez más la suerte quiso echarme un cable, y el caníbal se soltó.
Recogí y me puse a pensar si merecía la pena intentar otro lance o menos pero el sol bajaba sin piedad y si no quería perder el momento mágico mejor volviese a hacer mi trabajo. Esta foto, la que decora este trastorno literario, retrata justamente el momento en que el tiburón estaba en plena carrera. Casualidad quiso que puse una cámara en el trípode programada por 10 disparos, y al haber pegado el bicho nada más lanzar pudo inmortalizar el momento. Lo que decíamos, arrecifes violentos