Historias de Lubinas de otoño a Spinning. Cuenta la leyenda que los peces son listos, y algunos son más listos que otros. Eso se dice de la reina, esa masa de músculos y escamas plateadas que capitanea las aguas costeras, patrulla rías y ríos, canales y playas, pedreros y puertos. Al no ser pez, ni biólogo, digo que no, no son listos, simplemente son supervivientes mejor adaptados a un ambiente que cada día se les hace más angosto y repleto de peligros, en su gran mayoría derivados de la cercanía con ese siniestro invasor, el ser humano. Su “inteligencia”, yo - ignorante – presumo, que sea una mezcla entre herencia genética y vida vivida peligrosamente, una pizca de suerte y un pequeño empujoncito del clima, que a veces, cuando se cabrea, les lleva a puerto seguro, despejando el campo y aniquilando el bípedo enemigo.
Pero, todo hombre sabe que hay momentos en los que nos venimos abajo, las defensas caen, la erudición se nubla, la coraza blandece y el ataque, si fulmíneo y certero, pone un punto final a una vida, o a una efímera seguridad. A los hombres les suele pasar delante de unas pocas amenazas, faldas, dinero y probablemente comida. Quizás entre todos los seres vivientes somos los más débiles frente a ciertos incentivos, y solemos perder el norte, algunos hasta la casa, el trabajo o la salud. Los peces, por suerte, no tienen que lidiar con el dinero, sin embargo, al reclamo de la reproducción - que no se yo si al final lo del sexo les da algún gustillo - se amontonan y si se cruzan con un cerquero o arrastrero habilidoso al igual que codicioso se despiden del mundo conocido en masa, aplastando los unos a los otros, sin distinción de sexo ni edad.
Viniendo a nosotros, los pescadores de a pie, o embarcado, tanto me da, que buscamos las Lubinas de otoño a spinning. Tenemos que apelarnos a la tercera tentación, la del hambre que puede llegar a ser letal para nuestros estimados peces. Es cuando el apetito acecha y la comida está cerca que los niveles de alarma bajan como un ascensor sin frenos, el animal se desinhibe y sobreviene cierta ceguedad. Es en este momento que caen fortalezas y se derrumban los gigantes, puede más un muslo de pollo que un cañonazo en la frente. Así es cuando, los del gremio de la pesca deportiva, podemos hincar el diente y tentar la suerte con más posibilidad que nunca, y es así cuando los depredadores sin escrúpulos llenan los cubos y emprenden su migración hacía los restaurantes de la zona, lástima de ellos.
Muy bonito el cuento chato, pero ¿Cómo sabemos cuándo los peces están comiendo, y sobre todo, donde están comiendo? Pues eso es muy fácil, es suficiente tener unos amigos que se conocen su zona a la perfección y cispúm, te presentas a la cita y te coronas. Así funciona por un tío de secano que vive a 350km del mar, pero los ribereños, autóctonos e indígenas o los que tienen más fácil acceso al salitre conocen, saben, investigan, y difícilmente comparten, a menos que no seas de su cuadrilla más íntima, o el suegro, por si acaso. Así me lo aprendí yo queridos amigos, y una mañana otoñal enfilé una serie épica que me hizo llover improperios de la tribuna y requirió el sacrificio de un amigo, que tuvo que acomodarse detrás de la cámara en lugar de delante, al que debo gratitud eterna. Para los que han llegado a leer hasta aquí sobre las historias de Lubinas de otoño a spinning desearles que aprovechen esta temporada a tope y que, al llegar la época de la reproducción, sigan pescando si quieren, pero devuelvan todas las capturas, sobre todo los ejemplares más grandes que suelen ser hembras con muchas huevas y capaces de transmitir una herencia genética importante.
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