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Este es un dilema que se me presenta a menudo en la pesca y en la fotografía, donde estos dos momentos tan propios del día, asumen una relevancia considerable ¿es mejor madrugar y aprovechar las primeras horas del día o dejarse llevar por la pereza y/o el encanto de las últimas luces del día?

Si salgo con la cámara al hombro suelo aprovechar más el atardecer que, pereza a parte, suele deparar colores más cálidos y dramáticos con la excepción de salir a hacer fotos en un río cuando empieza a entrar el otoño y a primera hora la diferencia de temperatura entre agua y aire hace despegar una niebla muy sugestiva. En ambos casos nunca dejo el trípode a casa, ya que sin el todo se quedaría en unas tomas borrosas o imposibles de conseguir.

Si de pesca se trata, según las zonas consigo adaptarme a lo que mande el skipper, sin embargo me pasa una cosa muy curiosa, no me gusta salir con el barco cuando es todavía de noche, no me siento cómodo. Lo más extraño es que no me pasa lo mismo cuando se trata de volver de noche, entonces no entiendo de que dependa este estado de ánimo tan peculiar que no tiene nada que ver con un posible aprensión a la obscuridad.

De todas maneras mi psique se encuentra más alegre pescando los atardeceres porque parecen durar más. La idea es que cuanto más vaya bajando el sol más serán las probabilidades de pescar algo interesante, inclusive con Lorenzo dormido y el edredón puesto, aún no amando demasiado las circunstancias de pesca tan poco visual. Así me paso hace poco en el Estrecho, con una buena Barracuda que decidió atacar el SPopper totalmente a obscuras, tanto que para poder sacar unas fotos decentes y conseguir enfocar el bicho tuvimos que sacar un foco e iluminar el ojo de la criatura con ello, sino hubiese sido “misión imposible” total.

La mañana, aún saliendo a obscuras, se me alumbra demasiado de prisa y según pasan los minutos me ataca aquella sensación que el momento bueno se está escapando, y que lo mejor que pueda ocurrir es meter las patas debajo de una mesa y zamparse un buen desayuno en el chiringuito del puerto. Tonterías, porque para determinados peces la luz no es un estorbo, sino que siguen activos o se activan más con ella, “Palometon docet”, pero ya sabéis como trabaja ese amasijo de moquillo gris que tenemos en el cabezón, no hay quien le entienda.

En fin, aquí tenéis otra de aquellas encuestas absurdas que se proponen en este “bar debajo de casa virtual”, si apetece dejar una nota adelante que hay sitio.

Así coincidimos varios, y así me lo aprendí yo en las aguas del Estrecho. Llega el atardecer más avanzado, se insinúa la noche y los Espetones se vuelven locos. Me pregunto: ¿todos hemos comprobado que el tope del actividad se sitúa cerca de las horas más obscuras? Hay alguien en este trozo del planeta que no haya notado alguna diferencia entre el pleno día y la penumbra?

No se cuantos aguantan hasta que no se vea ya un pimiento, porque eso puede hasta llegar a ser peligroso,  con lo cual puede que muchos se hayan perdido ese momento mágico, en el que estos bichos empiezan a morder todo lo que se les pone a tiro y a saltar fuera del agua persiguiendo la carnada. De todas maneras sería interesante abrir una tertulia en el forum para hablar de ello, ya que en mi último encuentro he tenido que revisas mis ideas sobre la potencia en combate de un Espetón, que creía nula y que sin embargo me ha dejado de piedra.

Otro tema interesante es el de los señuelos que les gustan. En mi ignorancia creía que los de superficie no les hacían mucha gracia y sin embargo, también he tenido que comerme mis palabras. Les gustan los poppers, stickbaits y paseantes como golosinas a los niños, y atacan con gran violencia y de manera a veces muy espectacular.

En fin, para mi se trata de volver a valorar un poco este pariente pobre de la Barracuda tropical