El sábado tuve una corazonada, si es de eso que se trató. Hacía calor, no había un aliento de viento y el sol brillaba. Decidí mirar las previsiones para el día siguiente y vi algo que me llamó la atención, una ocasión para probar a pescar las carpas con señuelos en invierno.
El parte decía que iba a haber sol, más sol, nada de viento y temperaturas hasta 15 grados. Lo que hay en marzo. Eso es, pero con dos meses de adelanto. Con las cuatro neuronas que siguen en marcha pensé que podía ser una ocasión muy buena para encontrar alguna carpa activa, hasta en aguas someras, o a lo mejor removiendo el fondo y enseñando su camino por la superficie en forma de burbujas.
En realidad, era la segunda opción la que me pareció la más probable, y de todas maneras me apetecía ir a probar algo diferente cuando todo el mundo da por cerrada una pesca, averiguar si existe alguna posibilidad de acosar a las carpas con señuelos en invierno. Decir que el gusanillo me lo puso un amigo Italiano que sigue sacándolas todo el año, el las pesca en los canales del véneto, yo tengo un embalse cerca de casa, no hay comparación ¿o si que la hay?
Sin prisa, me presenté a orilla de pantano sobre las 12:00, craso error, si hubiese llegado antes hubiese sido hasta mejor, y empecé a ponerme la vestimenta de Samurái, en fin, ya sabéis, vadeadores, riñoneras, cámara y la madre que parió a todos los chismes que llevamos a cuesta. Bajé con cierta alegría en el cuerpo, el pantano había subido, la orilla sumergida llevaba mucha vida, plantas e insectos ahora habían entrado a hacer parte de la cadena trófica. Perfecto.
Según me acercaba veía siempre más distinguidamente que aquellos remolinos y saltos, no eran obra de los patos, sino que pertenecían a peces, que se asomaban, saltaban o dejaban estelas bastante visibles hasta al más profano. Con el corazón en la garganta entré en el agua y empecé a moverme hacía aquellas señales inequivocables, y lancé.
Había mucha tranquilidad, pocos pescadores de carpfishing lejos de mi posición, los pájaros asustados se habían alejado y a mis espaldas oía de vez en cuando un grupo de moteros desafiando las curvas de la carreteras, pasándolo tan bien como yo. Delante mío un festival de remolinos, sombras de peces en la superficie y estelas de burbujas. Volví a lanzar.
Notaba el jig arrastrándose sobre el fondo, saltando entre las piedras y de vez en cuando enganchándose a una planta sumergida, o un pequeño tronco. El primer toque llegó al tercer lance. Una picada, nada de enganchón, el animal se tiró a degüello, me faltó suerte, o más reflejos. El segundo fue inconfundible. Tac - tac y bum! La caña se dobla y el carrete, ya sabéis, grita como una loca.
La primera que sale, una preciosa espejos, me deja anonado, mi intuición había sido certera, se pueden pescar las carpas con señuelos en invierno. Me hago unos selfies horribles y la devuelvo al agua, más emocionado que un chico en su primera cita con la guapa de la clase. La segunda es más pequeña pero muerde con mucha más mala leche, y pelea dignamente. Otra espejos. La tercera se delata enseguida, lucha de manera muy rara y llega a la orilla robada por la chepa. La descartamos. La cuarta aparece de sopetón pero es una royal muy hermosa, nada de selfie, solo fotos al pez, y corriendo para su casa.
Me muevo un poco y pierdo el rastro de las bichas. Se levanta algo de viento y mi orilla se transforma en un desierto, la vida se apaga, como una discoteca al toque del último vinilo. Sin embargo la costa de enfrente es un rebullicio de vida, saltan carpas por todos lados y al ver la hora me animo, recojo, me subo al coche y me desplazo.
Las encuentro enseguida. Las playas están breadas de carpas. Saltan por todos lados y poco a poco me voy colocando encima de unas piedras que, con el pantano más bajo, me habían puesto a tiro de los peces. Voy cambiando de señuelos, del Sligozzo de 2" paso a la RA Shad de 3", tengo toques que no se concretizan y decido cambiar y poner el Jubarino, otra vez toques, hasta que otro tren de mercancías decide conocerme. Le meto mucha caña porque no quiero que me asuste a todo bicho viviente que hay en la zona y cuando consigo acercarla veo que tiene el anzuelo sencillo clavado en el borde del labio, me pregunto que había yo hecho de bueno para merecer semejante suerte, será lo de aguantar a mi mujer.
Vuelvo al Sligozzo de 2", negro como el carbón, y empiezo la rutina. Más o menso podía intuir donde estaban, o bien veía un remolino en la superficie o bien unas burbujas. También había peces saltando pero esos, al parecer, poca ganas tenían de ir buscando proteínas. Entre lance y lance intentaba mover los pies que a causa de la postura y el frío se estaban quedando como dos Calipos en una noche de invierno noruego. El sol iba desapareciendo detrás de la sierra y sabía que mis esperanzas estaban a punto de llegar al final del trayecto, me quedaba un tris, y quise aprovecharlo.
Al siguiente lance rebajé el latido del corazón, sobre excitado por el día tan maravilloso, y la recuperación del vinilo. Tic tic, tic tic, con la puntera le levantaba cuidadosamente, sin arranques escabrosos, y le dejaba caer, para moverle un poco más arrastrándolo por el fondo. Un toque, dos toques y finalmente un parón. Clavada y noto el peso del pez, sin embargo no me gusta cómo se mueve, parece que venga robado, no hace piruetas, tira en una sola dirección y se ve la aleta dorsal asomar.
Parece perdido, y yo más que él, no me gusta pelear una carpa robada y menos si se trata de la última del día, además al parecer hermosa. Al poco noto el hilo que da una especie de sobresalto, como si se hubiese soltado de un enganchón y la carpa empieza a pelear como Dios manda, corre, se gira, da quiebros y denuncia claramente que el señuelo lo tiene en la boca. El bajo se había enganchado en la aleta dorsal nada más clavar el bicho y era por eso que creía que me la estaba trayendo al remolque.
Cuando llega a mis pies me pregunto, una vez más, como puede ser un ser humano tan idiota de ir a por rinocerontes sin llevar una sacadera, pero la amansé como pude y no sin peligros, puse la cámara en el Gorilla Pod sobre una roca y me saqué las fotos que podéis ver. Yo le hecho unos 15 kilos, pesaba como un saco de hormigón y además a mí, cuando me sacas de la presa opercular, me has matado, por lo tanto poderla sujetar durante los selfies fue una prueba añadida de dificultad suprema.
Me alejé del pantano que el sol había desaparecido, el ansia viva me tuvo enganchado hasta las 19:00, seguía viendo carpas por todos lados pero ya inmunes a mis encantos. Me metí en el coche y mientras conducía para volver a casa pensaba en lo orgulloso que estaba por haber acertado tan rotundamente en mis cábalas. Sabe más el diablo por viejo que por diablo, así me lo aprendí yo. Es cierto, si se presentan determinadas condiciones se pueden pescar las carpas con señuelos en invierno.
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